sábado, 19 de junio de 2010

"El tono del drama cambió. El ser humano no era ya el coloso imperfecto de Marlowe, sino una criatura miserable cuyas insensateces había que fustigar por su propio bien. El nuevo estilo de los teatros sería el de la sátira. Los nuevos dramaturgos se interesaban por la vida aquí y ahora y no en la difunta Roma o en la lejana Verona. Aunque su genio gozaba de reconocimiento, Shakespeare parecía pertenecer en opinión de algunos a una época anterior. En cierto sentido era verdad. Si él, Burbage, Kemp y otros miembros de la compañía del Lord Chambelán hubiesen conseguido introducirse subrepticiamente en alguna ocasión en el Rose, levantado en el Bankside, para ver qué hacían los Hombres del Almirante, se habrían encontrado c0n que George Chapman presentaba al aplauso las costumbres del Londres contemporáneo en comedias como A Humorous Day's Myrth, una pieza con viejos magnates celosos con esposas jóvenes, hombres ingeniosos que rondaban la corte, melancólicos víctimas de su timidez. El término 'humor' se había puesto de moda y no se refería directamente a la comedia. Se utilizaba en relación con una especie de psicología macanicista que encantaba a los satíricos. Como suele ocurrir a menudo con las modas que siguen el último grito, todo aquello era en realidad muy anticuado. Shakespeare, cuya psicología no tenía nada de mecanicista, era tan moderno que los modernistas no pudieron ver su modernidad.
·····La teoría de los humores derivaba de la ciencia antigua. Si la materia se componía de los cuatro elementos -aire, tierra, fuego y agua- combinados en proporciones diversas, también la mente, o, mejor, el temperamento, estaba constituido por unas proporciones variadas de fluidos básicos que determinaban la nauraleza de su poseedor al introducirse en el cuerpo. Había cuatro fluidos o humores correspondientes a los cuatro elementos: sangre, flema, cólera o bilis amarilla y melancolía o bilis negra. Si el humor predominante era la sangre, el temperamento de la persona era sanguíneo; si la flema, flemático. Y las personas coléricas o airadas y las melancólicas o deprimidas resultaban del predominio de una u otra bilis. Se podían general más temperamentos mediante mezclas sutiles. En las personas normales, el equilibrio humoral era perfecto. Pero lo que deseaban los nuevos comediógrafos era lo anormal -el soldado colérico y el melancólico tocado con un sombrero negro-. 'El hombre de humor' al que alude Hamlet cuando habla a los actores no es una persona divertida, sino una especie de creación dramática construida sobre principios pseudocientíficos y no sacada -como hacía Will- de la observación de los seres humanos reales."
Anthony Burgess: Shakespeare. Ediciones Península, Barcelona, 2006, págs. 134-135.

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