martes, 29 de junio de 2010

"William Shakespeare no supo resistirse nunca al reto de las nuevas modas. Su Rey Lear fue un intento de demostrar que podía trabajar tan bien como cualquiera según el nuevo estilo del horror refinado. Pero, al ser un genio, no pudo menos que trascender la simple moda, y su interés por el alma humana era tal que sus personajes tendían a romper las ataduras de la forma: el Príncipe de Dinamarca acaba siendo demasiado grande para Hamlet. Pero, en este momento, quizá para vergüenza propia, comenzó a escribir obras del tipo de las de Beaumont y Fletcher. La primera de ellas, Pericles, príncipe de Tiro, es una de sus peores piezas. No se encuentra en la edición en folio de 1623, y muy poco amantes de Shakespeare lo han lamentado. Es una obra caótica.
·····¿Por qué, en su situación acomodada y tras haber dejado el teatro, se tomó la molestia de participar en aquella mezquina competición? Es probable que, en una de sus visitas a Londres o con motivo de alguna gira de los Hombres del Rey por el condado de Warwick, dijera a Burbage que en la Confessio Amantis de Gower había una historia bastante buena y que debían encargar a alguien su dramatización. Ese alguien existió -probablemente un pirateador llamado George Wilkins-, y el resultado fue tan malo que se llamó sin duda a Will para que hiciera cuanto estuviese en sus manos para repararlo. [...]
·····El argumento es un artilugio chirriante, con incesto, naufragio, piratas, una esposa muerta que en realidad no ha fallecido, intentos de asesinato y milagros, sin espacio para el desarrollo de los personajes."
Anthony Burgess: Shakespeare. Ediciones Península, Barcelona, 2006, págs. 209-210.

No hay comentarios:

Publicar un comentario