martes, 6 de julio de 2010

"Estas grandes tragedias históricas empiezan con la lucha por el trono o con la consolidación del poder, y todas terminan con la muerte del monarca y con una nueva coronación. En todas las obras históricas el monarca legítimo arrastra una larga cadena de crímenes; ha apartado de su lado a los señores feudales que le habían ayudado a conseguir la corona, ha matado primero a sus enemigos y luego a sus anteriores aliados, ha dado muerte a sus sucesores y a los posibles pretendientes al trono. Pero nunca consigue matar a todos. Un joven príncipe vuelve del destierro -hijo, nieto o hermano de los asesinados- para defender la ley que ha sido quebrantada. El príncipe se rodea de los señores que han perdido el favor real; su figura personifica la esperanza en la restauración del orden y la justicia. Pero la conquista del poder exige más crímenes, violencia y perjurio. De modo que cuando el nuevo príncipe esté ya cerca del trono arrastrará tras de sí una cadena de crímenes igual de prolongada que la del monarca que hasta ese momento ocupaba legítimamente el trono. Y cuando se coloque sobre su cabeza la corona será igual de odiado que el anterior. Ha asesinado a sus enemigos y ahora se dispone a matar a sus antiguos aliados. Y un nuevo pretendiente aparecerá para reclamar el trono en nombre de la justicia que ha sido quebrantada. El ciclo se ha cerrado. Empieza un capítulo nuevo, una nueva tragedia histórica."
Jan Kott: Shakespeare, nuestro contemporáneo. Alba Editorial, Barcelona, 2009, págs. 40-41.

[Nota: Esto es sólo parcialmente cierto. En muchas de las obras de Shakespeare emerge un personaje inocente que, sin cometer crímenes, es ungido finalmente rey. Aunque no sea una obra histórica, que són las que Jan Kott comenta aquí, el caso del Rey Lear es paradigmático. Quien finalmente es ungido rey, Edgar, es guiado en todo momento por buenos propósitos. También en Macbeth, Malcolm se muestra como un príncipe excelente, y en este sentido es paradigmática la escena entre Malcolm y Macduff en el que el primero enumera -contradiciéndolas- todas las virtudes que ha de tener un rey. Es sorprendente que Kott no preste atención a esta escena.]

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