viernes, 30 de julio de 2010

"La reina Isabel prohibió las representaciones de Ricardo II. El teatro solía mostrar a los reyes y emperadores como tiranos, traidores, hombres crueles y violentos. Los monarcas lo aceptaban porque no se daban por aludidos. Los del teatro eran tiranos; ellos eran reyes por la gracia de Dios y del pueblo. Esa representación de los monarcas como tiranos venía sancionada por una tradición de varios siglos. Sin embargo, una escena de destronamiento era otra cosa; en esa escena al rey se le arrancaba la corona de la cabeza a la vista de todos. No se podía mostrar al público una imagen en la que un monarca dejaba de ser rey, una escena en la que, privado de su corona, se convertía en un común mortal. Eso no se podía permitir. El teatro podía mostrar la decapitación de un rey; pues aunque se le cortara la cabeza su cuerpo descabezado seguía siendo un cuerpo regio. La escena de la decapitación había sido consagrada por la tradición. Sólo había una cosa que se consideraba intolerable: un rey no podía dejar de ser rey. Cortarle la cabeza a un rey implicaba una infracción material de la ley; sin embargo, en el acto de destronamiento se derrocaba la idea misma de poder, así como su sustento teológico y metafísico. Tras el derrocamiento, el cielo se quedaba vacío."
Jan Kott: Shakespeare, nuestro contemporáneo. Alba Editorial, Barcelona, 2009, págs. 447-448.

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